Un puente sobre el Drina no es una novela tradicional. Está construida como una crónica fragmentada, compuesta por episodios que abarcan varios siglos ( XVI-XX). Cada capítulo podría leerse casi como un cuento independiente, pero todos se entrelazan para formar un mosaico que narra la vida del puente y la de los habitantes del pueblo de Višegrad situado al Este de Bosnia Herzegovina a escasos 20 km. de la frontera con Serbia .
Esta estructura le da ritmo y profundidad: Andrić no pretende seguir una trama lineal, sino recrear el paso del tiempo y el pulso de un lugar donde confluyen culturas, religiones e intereses políticos.
El narrador, omnisciente y sereno, observa desde cierta distancia, sin dramatizar ni moralizar. Su estilo es sobrio y preciso, pero también capaz de momentos poéticos que parecen surgir de antiguas tradiciones orales.
El resultado es que la novela se siente como una biografía
del puente, un relato coral donde los individuos entran y salen de escena, pero
donde la arquitectura, el río y la historia permanecen como verdaderos
protagonistas.
Cuando en 1961 la Academia Sueca concedió el Premio Nobel a Ivo Andrić, destacó especialmente su capacidad para retratar, con fuerza épica, el destino histórico de su tierra. Su obra no sólo reconstruía hechos, sino que capturaba una sensibilidad colectiva, un modo particular de entender el dolor, el humor y la dignidad frente a las adversidades.
Paradójicamente, ese gran reconocimiento internacional no lo
convirtió en un autor plenamente conocido por el gran público. Andrić siempre
mantuvo un aura de discreción, casi de misterio, que lo acompañó tanto en su
vida literaria como personal.
Estos cambios han generado debates interminables, pero él
nunca dio explicaciones ni se defendió públicamente. Su silencio ha dejado
espacio para todo tipo de interpretaciones, aunque su obra deja claro que su
interés principal no fue la política identitaria, sino la memoria histórica y
la complejidad humana de su región.
La Segunda Guerra Mundial lo sorprendió como embajador en
Berlín. Tras la invasión de Yugoslavia, regresó a Belgrado, donde vivió casi
aislado. Y es precisamente en ese aislamiento donde escribió sus obras más
importantes, entre ellas Un puente sobre el Drina, que terminaría por darle
fama internacional.
Un puente moderno, elegante, que no sólo conecta la península del mismo nombre con el resto del país, sino que además evita atravesar la pequeña franja costera de Bosnia y Herzegovina que durante años obligaba a los croatas a pasar por dos controles fronterizos para desplazarse dentro de su propio territorio.
Una paradoja, mientras que el puente sobre el río Drina une dos cultural la occidental y la oriental el de Pelješac las evita, pero logra mantener unida a una población con el resto del país que durante años, en un tramo de tan solo 9 km, tenía que atravesar dos ciudades fronterizas lo que provocaba grandes retrasos en el transporte. Es de entender que los viejos del lugar se emocionaran el día de su inauguración.
No podíamos dejar pasar en nuestra reunión hablar de la terrible guerra de los Balcanes en los años 90 demostrando que los puentes —físicos y simbólicos— pueden romperse de un día para otro. Ciudades sitiadas, vecinos convertidos en enemigos, fronteras que reaparecían como cicatrices… Y, sin embargo, décadas más tarde, un nuevo puente puede emocionar a quienes han visto la historia romperse y rehacerse demasiadas veces.
Quizá por eso Un puente sobre el Drina sigue siendo tan significativo hoy. Porque recuerda que las guerras pasan, los imperios caen y los países cambian de forma, pero la aspiración humana de unir orillas permanece.
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| Ivo Andric |
"Hay tres cosas que no se pueden ocultar: el amor, la tos y la pobreza"



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