miércoles, 3 de diciembre de 2025

UNA REFLEXIÓN DEL CLUB DE LECTURA SOBRE UN PUENTE SOBRE EL DRINA DE IVO ANDRIC

 

 

Un puente sobre el Drina no es una novela tradicional. Está construida como una crónica fragmentada, compuesta por episodios que abarcan varios siglos ( XVI-XX). Cada capítulo podría leerse casi como un cuento independiente, pero todos se entrelazan para formar un mosaico que narra la vida del puente y la de los habitantes del pueblo de Višegrad situado al Este de Bosnia Herzegovina a escasos 20 km. de la frontera con Serbia .

Esta estructura le da ritmo y profundidad: Andrić no pretende seguir una trama lineal, sino recrear el paso del tiempo y el pulso de un lugar donde confluyen culturas, religiones e intereses políticos.

El narrador, omnisciente y sereno, observa desde cierta distancia, sin dramatizar ni moralizar. Su estilo es sobrio y preciso, pero también capaz de momentos poéticos que parecen surgir de antiguas tradiciones orales.

El resultado es que la novela se siente como una biografía del puente, un relato coral donde los individuos entran y salen de escena, pero donde la arquitectura, el río y la historia permanecen como verdaderos protagonistas.

Cuando en 1961 la Academia Sueca concedió el Premio Nobel a Ivo Andrić, destacó especialmente su capacidad para retratar, con fuerza épica, el destino histórico de su tierra. Su obra no sólo reconstruía hechos, sino que capturaba una sensibilidad colectiva, un modo particular de entender el dolor, el humor y la dignidad frente a las adversidades.

Paradójicamente, ese gran reconocimiento internacional no lo convirtió en un autor plenamente conocido por el gran público. Andrić siempre mantuvo un aura de discreción, casi de misterio, que lo acompañó tanto en su vida literaria como personal.

 Pocos autores europeos han tenido una identidad tan discutida como Andrić. Nació croata y creció en un ambiente católico, pero en un momento dado empezó a presentarse como serbio. Años más tarde, ya en la Yugoslavia comunista, adoptó la etiqueta de “yugoslavo”, en línea con el proyecto político de construir una identidad cultural común.

Estos cambios han generado debates interminables, pero él nunca dio explicaciones ni se defendió públicamente. Su silencio ha dejado espacio para todo tipo de interpretaciones, aunque su obra deja claro que su interés principal no fue la política identitaria, sino la memoria histórica y la complejidad humana de su región.

 La biografía de Andrić refleja los vaivenes de la Europa del siglo XX. Nacido en 1892 en un territorio del Imperio austrohúngaro, estudió en varias ciudades europeas y, muy joven, fue encarcelado por sus actividades políticas. Después de la Primera Guerra Mundial inició una larga carrera diplomática que lo llevó por toda Europa.

La Segunda Guerra Mundial lo sorprendió como embajador en Berlín. Tras la invasión de Yugoslavia, regresó a Belgrado, donde vivió casi aislado. Y es precisamente en ese aislamiento donde escribió sus obras más importantes, entre ellas Un puente sobre el Drina, que terminaría por darle fama internacional.

 Murió en 1975, cuando Yugoslavia seguía aún unida, sin imaginar que pocas décadas después su país se fracturaría de una manera que habría confirmado —y superado— muchos de los conflictos que él narró.

 Mientras avanzaba en la lectura de Un puente sobre el Drina, me vino a la memoria un momento muy concreto del viaje que hice el verano pasado a Croacia. En aquel recorrido por Dubrovnik, la guía nos habló de una obra reciente que había emocionado profundamente a la población: el Puente de Pelješac, inaugurado en julio de 2022. 



Un puente moderno, elegante, que no sólo conecta la península del mismo nombre con el resto del país, sino que además evita atravesar la pequeña franja costera de Bosnia y Herzegovina que durante años obligaba a los croatas a pasar por dos controles fronterizos para desplazarse dentro de su propio territorio.

Una paradoja, mientras que el puente sobre el río Drina une dos cultural la occidental y la oriental el de Pelješac las evita, pero logra mantener unida a una población con el resto del país que durante años, en un tramo de tan solo 9 km, tenía que atravesar dos ciudades fronterizas lo que provocaba grandes retrasos en el transporte. Es de entender que los viejos del lugar se emocionaran el día de su inauguración. 

No podíamos dejar pasar en nuestra reunión hablar de la terrible guerra de los Balcanes en los años 90 demostrando que los puentes —físicos y simbólicos— pueden romperse de un día para otro. Ciudades sitiadas, vecinos convertidos en enemigos, fronteras que reaparecían como cicatrices… Y, sin embargo, décadas más tarde, un nuevo puente puede emocionar a quienes han visto la historia romperse y rehacerse demasiadas veces.

Quizá por eso Un puente sobre el Drina sigue siendo tan significativo hoy. Porque recuerda que las guerras pasan, los imperios caen y los países cambian de forma, pero la aspiración humana de unir orillas permanece. 


Ivo Andric

"Hay tres cosas que no se pueden ocultar: el amor, la tos y la pobreza"