lunes, 29 de septiembre de 2025

EL INFINITO EN UN JUNCO, PRIMERA PARTE : “Grecia imagina el futuro”


 

El pasado 25 de septiembre, nuestro club de lectura se reunió alrededor de un libro que no es un libro cualquiera, sino un viaje a los orígenes de la palabra escrita: El infinito en un junco, de Irene Vallejo. En esta ocasión, nos centramos en la primera parte del ensayo, Grecia imagina el futuro, y abrimos las páginas no solo con los ojos, sino con la conciencia de estar asomándonos al lugar donde comenzó todo: los cimientos de la escritura, y se sentaron las bases del conocimiento a través de la cultura escrita.

Antes de adentrarnos en la obra, quisimos acercarnos a su autora Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) es filóloga clásica y doctora en filología por la Universidad de Zaragoza y Florencia. Se ha dedicado a tender puentes entre el mundo antiguo y el presente, a rescatar lo que el ruido de la modernidad muchas veces nos hace olvidar. Escritora, divulgadora y ensayista, ha llevado la cultura grecolatina al gran público con un estilo que combina el rigor académico con una prosa cercana, cálida y luminosa.

Su amor por los libros no es un gesto abstracto, sino una experiencia vital. Irene padeció en su infancia problemas en el colegio que la llevaron a refugiarse en la lectura: los libros fueron su medicina, su compañía, su ventana al mundo. Ese vínculo íntimo atraviesa cada página de El infinito en un junco, donde no solo encontramos datos históricos, sino también una declaración de amor hacia los textos que nos precedieron, hacia esos objetos humildes y a la vez eternos que son los libros.

El infinito en un junco es, en esencia, un ensayo sobre la historia y la invención de los libros, pero contado con la delicadeza de un relato. 

En sus páginas asistimos al sueño imperial de Alejandro Magno, aquel macedonio que aspiraba a ser ciudadano global, sembrando un ideal universal entre sus vasallos. También vemos cómo los juncos del Nilo, convertidos en papiro en Egipto y Persia, se enlazaron para dar voz a la literatura, filosofía e historia. El resultado fue la creación de un artefacto nuevo y revolucionario: el libro, capaz de desafiar el olvido y viajar en el tiempo.

En nuestra reunión, empezamos por evocar la fuerza de la cultura griega. Allí, en ese pequeño territorio de mares y montañas, nacieron la filosofía, la épica, el teatro. 

Los papiros que sobrevivieron al tiempo nos hablan de vidas cotidianas y grandiosas: cartas de amor y de negocios, listas de ropa sucia, himnos a los dioses y tratados filosóficos. Pequeños fragmentos rescatados de vertederos que nos dicen más de lo que sospechamos: la humanidad entera cabe en esas fibras vegetales, en esa escritura apretada que viajó desde el siglo III a.C. hasta la conquista árabe del siglo VII.

La literatura griega no fue solo poesía: fue también un espejo moral y político. Esquilo, tras luchar contra los persas y perder a su hermano, subió al escenario la voz del enemigo vencido, no con burla, sino con compasión. Allí, entre duelo y cicatrices, nació el teatro como forma de comprender al otro. A su lado, Aristófanes abrió el camino de la comedia, con la risa que desnudaban a los poderosos. Este tipo de comedia llamada Comedia antigua, duró lo que la democracia ateniense, contra la que tanto arremetió. El humor de Aristófanes no tuvo sucesor. Su voz se apagó con la derrota de Atenas, pero dejó la huella de que la risa puede ser un poderoso instrumento de crítica social.

La conversación nos llevó después al Egipto helenístico. Tras Alejandro, sus sucesores los Ptolomeos quisieron hacer de Alejandría la capital del conocimiento universal. Así nacieron el Museo y la Gran Biblioteca de Alejandría, instituciones únicas que reunieron a poetas, científicos y filósofos con salarios, casas y privilegios.

El faraón enviaba emisarios por mares y desiertos en busca del mayor tesoro: los libros. Se copiaban tragedias, se adquirían manuscritos antiguos, se organizaban textos bajo la mano sabia de Calímaco de Cirene, el padre de los bibliotecarios. Allí comenzó el arte de clasificar: épica, lírica, filosofía, historia, derecho. Allí se gestó, sin saberlo, el mapa de nuestro mundo intelectual.

Pero como toda historia humana, también la Biblioteca conoció su ruina. Fue dañada en guerras, consumida por incendios, silenciada tras la muerte de Hipatia en el 415 d.C. y borrada casi definitivamente tras la conquista árabe del 641. Lo que no se pudo salvar fue devorado por el tiempo; lo que se perdió, se convirtió en leyenda.

Y sin embargo, la llama nunca muere del todo. En 2002, con el apoyo de la UNESCO, resurgió una nueva Biblioteca de Alejandría, capaz de albergar millones de libros y de tender un puente entre pasado y presente. Aunque incluso allí, como recordó un reportero de la BBC, quien buscó en ella los libros del escritor egipcio Naguib Mahfouz, autor prohibido por  las autoridades religiosas del país, descubrió que siguen existiendo ausencias y silencios.

No podíamos dejar de hablar del papel de la mujer en la Grecia antigua, tantas veces invisibilizada. La democracia ateniense, admirada por siglos, se sostenía sobre la exclusión de mujeres, extranjeros y esclavos. “Callar en público era el mejor adorno femenino”, decía Demócrito.

Y, sin embargo, algunas voces se alzaron. Las hetarias, prostitutas de lujo, mujeres libres que pagaban impuestos como los hombres, podían administrar sus propios bienes. Cinco siglos más tarde el historiador Plutarco transcribe una retahila de insultos contra Aspasia, una hetaria compañera de Pericles.  Aspasia lo ayudó en su carrera política hasta su muerte y tuvo una enorme influencia en los círculos de poder.

Otras como Safo rompía moldes al dirigir un círculo de jóvenes mujeres y alzar su voz lírica, íntima y revolucionaria. Cambió las rutinas de su hogar, que no conocemos bien, dirigiendo a un grupo de chicas jóvenes hijas de familias ilustres y en alguna ocasión se enamoró de algunas de ellas. Juntas componían poesías y hacían sacrificios a Afrodita

Uno de los fragmentos que más nos conmovió fue la metáfora de Vallejo sobre la piel humana como pergamino:

“Nuestra piel es una gran página en blanco; el cuerpo, un libro… Las cicatrices, las arrugas, las manchas trazan las sílabas que relatan una vida”.

Hablamos también del paso de la lectura en voz alta —la norma durante siglos— a la lectura silenciosa. San Agustín, sorprendido al ver a Ambrosio leer sin pronunciar palabra, dejó testimonio de aquella revolución íntima: la posibilidad de viajar en soledad, sin testigos, en el universo del libro.

Umberto Eco dijo que el libro pertenece a la categoría de la cuchara, la rueda o el martillo: una vez inventado, no se puede mejorar.

Los libros han sobrevivido a guerras, incendios, persecuciones y prohibiciones. Como escribió John Cheever:

“La literatura ha sido la salvación de los condenados, ha inspirado y guiado a los amantes, vencido la desesperación, y tal vez en este caso pueda salvar al mundo”.

Tras la lectura compartida, cada una de nosotras/os salió con la sensación de haber viajado en el tiempo, de haber caminado junto a Alejandro,  Safo, Esquilo, a los bibliotecarios de Alejandría y a los anónimos copistas que sostuvieron con su paciencia la memoria de la humanidad.

Nos llevamos de este encuentro no solo datos e historias, sino también la certeza de que los libros son más que objetos: son puentes entre épocas, y como dice la escritora Irene Vallejo Sin los libros, las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado en el olvido.

Quizá por eso coincidimos en que El infinito en un junco es de esos textos que merece un lugar físico en la estantería, para volver a él, subrayarlo, llenarlo de marcas personales y dejar que conviva con nosotras. Porque este libro no se lee una sola vez: se habita, se recorre, se guarda como quien guarda un tesoro.

En nuestro club, más que hablar de un ensayo, sentimos que habíamos compartido un viaje común: el viaje de la humanidad en busca de la palabra y tengo que seguir recurriendo a las múltiples frases a las que hace alusión el libro porque a mí también me fascina el proyecto de la gran biblioteca de Alejandría porque inventó una patria de papel para los apátridas de todos los tiempos . Un lugar que si Dios quiere tengo que descubrir a ser posible con este maravilloso club de lectura.


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