miércoles, 3 de diciembre de 2025

UNA REFLEXIÓN DEL CLUB DE LECTURA SOBRE UN PUENTE SOBRE EL DRINA DE IVO ANDRIC

 

 

Un puente sobre el Drina no es una novela tradicional. Está construida como una crónica fragmentada, compuesta por episodios que abarcan varios siglos ( XVI-XX). Cada capítulo podría leerse casi como un cuento independiente, pero todos se entrelazan para formar un mosaico que narra la vida del puente y la de los habitantes del pueblo de Višegrad situado al Este de Bosnia Herzegovina a escasos 20 km. de la frontera con Serbia .

Esta estructura le da ritmo y profundidad: Andrić no pretende seguir una trama lineal, sino recrear el paso del tiempo y el pulso de un lugar donde confluyen culturas, religiones e intereses políticos.

El narrador, omnisciente y sereno, observa desde cierta distancia, sin dramatizar ni moralizar. Su estilo es sobrio y preciso, pero también capaz de momentos poéticos que parecen surgir de antiguas tradiciones orales.

El resultado es que la novela se siente como una biografía del puente, un relato coral donde los individuos entran y salen de escena, pero donde la arquitectura, el río y la historia permanecen como verdaderos protagonistas.

Cuando en 1961 la Academia Sueca concedió el Premio Nobel a Ivo Andrić, destacó especialmente su capacidad para retratar, con fuerza épica, el destino histórico de su tierra. Su obra no sólo reconstruía hechos, sino que capturaba una sensibilidad colectiva, un modo particular de entender el dolor, el humor y la dignidad frente a las adversidades.

Paradójicamente, ese gran reconocimiento internacional no lo convirtió en un autor plenamente conocido por el gran público. Andrić siempre mantuvo un aura de discreción, casi de misterio, que lo acompañó tanto en su vida literaria como personal.

 Pocos autores europeos han tenido una identidad tan discutida como Andrić. Nació croata y creció en un ambiente católico, pero en un momento dado empezó a presentarse como serbio. Años más tarde, ya en la Yugoslavia comunista, adoptó la etiqueta de “yugoslavo”, en línea con el proyecto político de construir una identidad cultural común.

Estos cambios han generado debates interminables, pero él nunca dio explicaciones ni se defendió públicamente. Su silencio ha dejado espacio para todo tipo de interpretaciones, aunque su obra deja claro que su interés principal no fue la política identitaria, sino la memoria histórica y la complejidad humana de su región.

 La biografía de Andrić refleja los vaivenes de la Europa del siglo XX. Nacido en 1892 en un territorio del Imperio austrohúngaro, estudió en varias ciudades europeas y, muy joven, fue encarcelado por sus actividades políticas. Después de la Primera Guerra Mundial inició una larga carrera diplomática que lo llevó por toda Europa.

La Segunda Guerra Mundial lo sorprendió como embajador en Berlín. Tras la invasión de Yugoslavia, regresó a Belgrado, donde vivió casi aislado. Y es precisamente en ese aislamiento donde escribió sus obras más importantes, entre ellas Un puente sobre el Drina, que terminaría por darle fama internacional.

 Murió en 1975, cuando Yugoslavia seguía aún unida, sin imaginar que pocas décadas después su país se fracturaría de una manera que habría confirmado —y superado— muchos de los conflictos que él narró.

 Mientras avanzaba en la lectura de Un puente sobre el Drina, me vino a la memoria un momento muy concreto del viaje que hice el verano pasado a Croacia. En aquel recorrido por Dubrovnik, la guía nos habló de una obra reciente que había emocionado profundamente a la población: el Puente de Pelješac, inaugurado en julio de 2022. 



Un puente moderno, elegante, que no sólo conecta la península del mismo nombre con el resto del país, sino que además evita atravesar la pequeña franja costera de Bosnia y Herzegovina que durante años obligaba a los croatas a pasar por dos controles fronterizos para desplazarse dentro de su propio territorio.

Una paradoja, mientras que el puente sobre el río Drina une dos cultural la occidental y la oriental el de Pelješac las evita, pero logra mantener unida a una población con el resto del país que durante años, en un tramo de tan solo 9 km, tenía que atravesar dos ciudades fronterizas lo que provocaba grandes retrasos en el transporte. Es de entender que los viejos del lugar se emocionaran el día de su inauguración. 

No podíamos dejar pasar en nuestra reunión hablar de la terrible guerra de los Balcanes en los años 90 demostrando que los puentes —físicos y simbólicos— pueden romperse de un día para otro. Ciudades sitiadas, vecinos convertidos en enemigos, fronteras que reaparecían como cicatrices… Y, sin embargo, décadas más tarde, un nuevo puente puede emocionar a quienes han visto la historia romperse y rehacerse demasiadas veces.

Quizá por eso Un puente sobre el Drina sigue siendo tan significativo hoy. Porque recuerda que las guerras pasan, los imperios caen y los países cambian de forma, pero la aspiración humana de unir orillas permanece. 


Ivo Andric

"Hay tres cosas que no se pueden ocultar: el amor, la tos y la pobreza"

martes, 11 de noviembre de 2025

PERSÉPOLIS: NOVELA GRÁFICA COMPARTIDA EN EL MES DE OCTUBRE

 




El pasado 5 de noviembre, nuestro club de lectura se reunió para comentar la novela gráfica Persépolis, una obra autobiográfica de Marjane Satrapi, autora iraní que ha sabido contar la historia de la revolución iraní a través de su propia experiencia, desde la perspectiva de una niña que crece bajo el nuevo régimen. Pretende denunciar la pérdida de libertades y la injusticia social y política, al mismo tiempo que reflexiona sobre temas universales como la libertad, la tolerancia, el amor y la esperanza. También, pretende desafiar los estereotipos sobre Irán y Oriente Medio.

Acompañamos a su protagonista en un viaje que no solo recorre geografías —de Irán a Europa, del hogar a la soledad—, sino también fronteras interiores: las de la identidad, la fe, el amor y la autonomía aprendiendo a ser libre en un mundo que no siempre le permite serlo.

Comenzamos la sesión repasando la trayectoria de Satrapi, reconocida no solo por Persépolis, sino también por otras obras destacadas como Bordados y Pollo con ciruelas. Comentamos con especial entusiasmo la concesión del Premio Princesa de Asturias de Comunicación y Humanidades 2024, galardón que subraya la relevancia de su trabajo como puente entre culturas. Durante la reunión leímos el discurso que pronunció al recoger el premio, centrado en la reflexión sobre la condición humana y las contradicciones que la acompañan. Habló de la dualidad del ser humano, capaz tanto de cometer actos de extrema violencia como de los gestos más solidarios y compasivos.

Cuestionó la idea de educación basada únicamente en el éxito económico y social, recordando que incluso personajes responsables de las peores atrocidades fueron personas instruidas. Para Satrapi, la verdadera educación debe sustentarse en el humanismo, la ética, el civismo y la compasión, valores esenciales para una convivencia digna.

El discurso culminó con la lectura de un poema del poeta persa Saadi de Shiraz, del siglo XIII, que resume su mensaje de fraternidad: “Los seres humanos son parte de un mismo cuerpo... Tú que eres indiferente al sufrimiento de los demás, no mereces llamarte humano”.

La obra se estructura en cuatro partes que narran de forma cronológica la vida de la autora.
La  primera  se centra en su infancia durante la Revolución Iraní de 1979, mostrando el impacto del extremismo religioso y las nuevas restricciones sociales, como la imposición del velo y la segregación entre hombres y mujeres.
En la segunda, Satrapi retrata los años de la guerra contra Irak, cuando la represión política y la violencia obligan a su familia a tomar la difícil decisión de enviarla al extranjero.
La tercera parte transcurre en Viena, donde Marjane vive su adolescencia enfrentándose a la soledad, el desarraigo y el descubrimiento de su propia identidad lejos de su país.
Por último, la cuarta parte  muestra el regreso a un Irán devastado, donde las tensiones entre tradición y libertad personal la conducen finalmente al exilio definitivo en Francia en 1994.

El debate nos llevó a reflexionar sobre Persia, la civilización que dio origen al actual Irán, y cómo su desaparición como entidad política no impidió que su cultura impregnara profundamente al continente asiático. Esta mirada histórica nos permitió comprender mejor el trasfondo cultural que impregna la obra de Satrapi.

Otro de los temas centrales fue la revolución islámica de 1979, momento clave que cambió drásticamente la vida social y política del país. Analizamos cómo Satrapi narra este proceso desde una perspectiva íntima, poniendo rostro humano a los grandes acontecimientos históricos.

También discutimos la influencia de las potencias europeas y americanas —especialmente Reino Unido, Rusia y Estados Unidos— en los conflictos internos de Irán, lo que añadió una dimensión geopolítica a nuestra lectura. Este contexto nos ayudó a valorar la complejidad del entorno en el que creció la autora.

Uno de los aspectos más comentados fue el enfoque narrativo: la historia está contada a través de los ojos de una niña que crece en medio de la revolución. Esta voz infantil, que evoluciona con la protagonista, permite al lector acompañar su paso de la inocencia a la madurez, con un equilibrio entre ternura, ironía y lucidez crítica.

Destacamos también la elección estética del blanco y negro, un recurso que otorga fuerza al texto. La simplicidad visual potencia el contenido emocional y político, invitando a centrarse en las palabras y los gestos.

Para cerrar la reunión, compartimos la lectura de algunas viñetas significativas de Persépolis, comentando cómo en unas pocas líneas y trazos Satrapi consigue condensar emociones, humor y denuncia social. Quiero resaltar un fragmento especialmente significativo para mí  en el capítulo titulado La boda donde Marjane recuerda su compromiso matrimonial.



Marjane Satrapi nos deja asomarnos a una conversación que parece sencilla —una cena entre padres e hijos, un futuro matrimonio—, pero en realidad es un retrato de la libertad, del amor y del destino.

El padre de Marjane, con su serenidad y su sabiduría, formula tres deseos que son, en el fondo, un manifiesto de humanidad. Pide justicia para su hija, libertad para su mente y felicidad para su corazón. No habla desde la autoridad, sino desde el amor: ese amor que entiende que nadie pertenece a nadie, y que la verdadera unión solo tiene sentido mientras haga felices a quienes la viven.

Al final, Satrapi nos confiesa que su padre tenía razón. No como quien se resigna, sino como quien comprende que algunos caminos deben recorrerse para aprender a conocerse a uno mismo. En pocas viñetas, la autora logra capturar el peso de las expectativas, el coraje de la elección y la ternura de un padre que acepta el destino de su hija con sabiduría y sin reproches.

A pesar de haber pasado veinticinco años desde su publicación, Persépolis continúa siendo una obra plenamente actual. Las reflexiones de Satrapi sobre la libertad, la desigualdad de género, el exilio y la búsqueda de identidad mantienen su fuerza y resonancia en un mundo que sigue enfrentándose a los mismos dilemas: la lucha de las mujeres iraníes por la libertad y la justicia.


M. Satrapi

“El miedo nos duerme la conciencia. Nos convierte en cobardes.”

 


martes, 21 de octubre de 2025

EL INFINITO EN UN JUNCO: LOS CAMINOS DE ROMA ( 2ª parte )

 

El pasado 15 de octubre nos reunimos en torno a la segunda parte de El infinito en un junco, aquí Irene Vallejo nos invita a recorrer Los caminos de Roma, un territorio donde el libro se revela como un ser vivo que avanza, se transforma y sobrevive gracias a los trayectos que otros abrieron para él.

Decir caminos —como hace la autora— es subrayar que el libro no es un objeto aislado, sino un fenómeno relacional. Los libros existen porque hubo sendas que los transportaron, manos que los copiaron, voces que los leyeron, y oídos que los conservaron en la memoria.

Comenzamos hablando precisamente de esos caminos pues Roma construyó el imperio más extenso de su tiempo, y con él, una vasta red de caminos: calzadas, rutas marítimas, caravanas y correos imperiales que unían ciudades y provincias. Por esos caminos no solo viajaban mercancías o ejércitos, sino también rollos, tablillas y códices.

Pero más importantes aún fueron los caminos humanos, esa red de oficios y personas que hicieron posible la circulación del saber. Sin ellos, el libro no habría existido. Los enumero tan y como lo hace la autora:

  • Los esclavos copistas (amanuenses) copiaban a mano los textos que otros dictaban. Sus nombres casi nunca aparecen: fueron la “mano invisible del conocimiento”. Gracias a ellos se difundió la literatura y sobrevivieron las palabras de los grandes autores.
  • Los lectores esclavos (anagnóstes), por su parte, leían en voz alta a sus dueños o en los banquetes. La lectura era espectáculo, música para el oído y símbolo de estatus.
  • Los libreros (bibliopolae) dirigían talleres donde se copiaban, vendían y distribuían libros. A menudo se los acusaba de piratas o falsificadores, lo que los convierte en los antepasados de nuestros editores.
  • Bibliotecarios y archiveros custodiaban las colecciones públicas y privadas, y aunque eran guardianes del saber, también ejercían cierta censura o selección.
  • Eruditos y correctores revisaban errores de copia, comparando versiones y asegurando la pureza del texto. Vallejo los compara con los editores modernos.
  • Coleccionistas y mecenas financiaban bibliotecas privadas o públicas: su gusto y poder económico decidían qué textos merecían ser copiados y preservados.
  • Y, finalmente, mensajeros, soldados y comerciantes transportaban rollos y códices a través del Imperio: los caminos de Roma fueron las arterias por las que circuló la cultura.

De este entramado de manos, voces y pasos nace la idea más luminosa del libro: que la literatura no sobrevive por la genialidad del autor, sino gracias a una comunidad anónima de trabajadores —copistas, libreros, lectores, viajeros y custodios—, los auténticos “héroes invisibles de la memoria escrita”.

Otro tema que se merecía un espacio  en nuestra tertulia es la literatura romana porque Roma conquistó militarmente a Grecia, pero fue Grecia quien conquistó culturalmente a Roma. Los romanos reconocieron la superioridad griega y la imitaron con fervor: aprendieron su lengua, copiaron sus esculturas, su arquitectura, su teatro y su filosofía.

La literatura romana fue un acontecimiento tardío, y su primera voz poética llegó de un esclavo griego, Livio Andrónico, que tradujo al latín los versos homéricos.

Durante siglos convivieron dos literaturas paralelas:

  • una, escrita por los esclavos griegos, que componían versos para agradar a sus amos;
  • otra, en prosa, obra de los ciudadanos romanos respetables —como Cicerón o César—, que empleaban la palabra como instrumento político.

Sin embargo, Roma no tardó en crear una literatura propia, más mundana, más cercana al público. Surgió así una literatura de evasión y consumo, fruto de una clase media capaz ya de leer y escribir.

Ovidio escandalizó con su Arte de amar, un manual para seducir que le valió el exilio, abriendo el capítulo de la censura literaria en Europa. Suetonio mezcló historia y crónica amarilla en sus Vidas de los doce césares, y Petronio, con su Satiricón, retrató a una sociedad decadente con personajes inmorales y canallas.

Pero pocos fueron tan polémicos como Séneca, filósofo estoico y hombre riquísimo, que multiplicó su fortuna mediante préstamos usurarios y especulación inmobiliaria. Sus contemporáneos lo acusaron de hipocresía, y sin embargo, en sus Epístolas a Lucilio aparece una de las primeras reflexiones sobre el pacifismo.

Quintiliano, maestro y orador, elaboró un canon comparativo entre Grecia y Roma:

  • Virgilio debía ser el Homero latino,
  • Cicerón el Demóstenes romano,
  • Tito Livio el Heródoto occidental,
  • Salustio el nuevo Tucídides.

Irene Vallejo nos recuerda que Roma vivió siempre con complejo de inferioridad, pero también con gratitud. Es la primera civilización invasora que adopta la literatura del pueblo conquistado, un gesto de humildad y continuidad cultural.

En la reunión anterior, dedicada a Grecia, hablamos del papel de la mujer en esta sociedad y lo hemos hecho también en esta tertulia. Ahora que conocemos las dos culturas nos atrevemos a compararlas.

A diferencia del mundo griego, donde las mujeres quedaban recluidas en el hogar y los hombres acudían solos a los banquetes acompañados de hetairas contratadas, en Roma las mujeres asistían a cenas y tertulias, y se valoraba su inteligencia y conversación.

Los romanos querían esposas capaces de dialogar, de citar versos, de hablar de política y filosofía. Así surgieron figuras como Cornelia, madre de los Gracos, que dirigía la educación de sus hijos, o Sempronia, madre de Bruto, asesino de César, amante de la lectura tanto en latín como en griego.

Irene extiende esta reivindicación más allá de Roma: las mujeres como narradoras orales que, a lo largo de los siglos, contaron historias junto al fuego, desovillando la memoria del mundo. Fueron ellas quienes, en los márgenes de la historia, mantuvieron viva la palabra cuando los libros callaban.

“El alfabeto fue una tecnología más revolucionaria que internet”, recuerda Vallejo. Con él, el pensamiento se hizo portátil, transmisible, infinito.

La autora explica la diferencia entre el mundo del rollo —el papiro, que se desenrollaba y leía en continuidad— y el mundo del códice, el formato de páginas encuadernadas que anticipa el libro moderno. Este cambio fue una auténtica revolución silenciosa, que transformó la lectura en experiencia íntima, fragmentada y personal.

Vallejo evoca la Piedra Rosetta, descubierta por Napoleón en Egipto: una loza grabada en tres escrituras —jeroglífica, demótica y griega— que permitió descifrar el pasado egipcio. Y enlaza este hallazgo con el Proyecto Rosetta, una iniciativa moderna con sede en San Francisco que ha grabado un mismo texto en mil idiomas sobre un disco de níquel, a escala microscópica. Para Vallejo, ese esfuerzo es un acto de resistencia contra el olvido, una prolongación contemporánea de la misión del libro.

Continuamos haciendo un recorrido por el acceso de la población a los libros. En Roma, el acceso a los libros era cuestión de contactos. Si alguien quería leer una obra y no conocía al autor, podía encargársela a un amigo o a un librero. Una vez que un texto empezaba a circular, se consideraba de dominio público, y cualquiera podía copiarlo.

Hacia el siglo I a.C., aparecieron los lectores por placer, personas sin fortuna ni ambiciones políticas que leían por gusto. Las librerías eran talleres de copia por encargo: el mismo término librarius designaba tanto al copista como al librero. Así nació el comercio del libro, y con él, el hábito de leer como experiencia personal.

Muy curioso es el capítulo que Irene Vallejo dedica a las  Las bibliotecas públicas en Roma, narra la historia de los primeros templos del conocimiento. Julio César planeó construir una gran biblioteca pública, pero su asesinato frustró el proyecto. Su legado lo continuó Asinio Polión, quien fundó una biblioteca con los botines de guerra.

Aquellos espacios estaban divididos en dos secciones: una para los textos griegos y otra para los latinos. Eran edificios majestuosos, decorados con estatuas de autores y abiertos al préstamo de libros.

Más tarde, Augusto levantó dos grandes bibliotecas: una en el Monte Palatino y otra en el Pórtico de Octavia. Trajano construyó la última gran biblioteca del Imperio. A partir del siglo II, las nuevas salas de lectura se integraron en los baños públicos, fusionando cuerpo y mente, placer y conocimiento.

Gracias a las excavaciones arqueológicas sabemos que las bibliotecas romanas eran amplias estancias con armarios, mesas y sillas: verdaderos espacios de convivencia intelectual.

En el cierre del libro, Irene Vallejo nos lleva muy lejos de Roma, hasta los montes de Kentucky, donde, durante la Gran Depresión, un grupo de mujeres a caballo cargaba libros en sus alforjas para distribuirlos en escuelas rurales, centros comunitarios y hogares campesinos. Eran las bibliotecarias a caballo, herederas de los antiguos mensajeros del saber.

Gracias a ellas, los caminos de la palabra siguieron abiertos.

Durante nuestra lectura hemos descubierto también la importancia de los títulos a la hora de comercializar una novela, la misma autora nos cuenta como surge la idea para dar forma al título de su novela cuando una tarde se preguntó: 

“¿Qué es lo más maravilloso de los libros?”

Entonces pensó en lo infinito de nuestras ideas, pasiones y emociones, que pueden caber en algo tan pequeño, manejable y frágil como el corazón de un junco, con cuyas tiras se fabricaron los primeros papiros.

Así nació El infinito en un junco: un título que condensa la paradoja de los libros —su fragilidad y su poder, su pequeñez material y su grandeza infinita—.

Un homenaje a todos los caminos que recorrieron, y a los que aún seguimos trazando cada vez que abrimos uno.

lunes, 29 de septiembre de 2025

EL INFINITO EN UN JUNCO, PRIMERA PARTE : “Grecia imagina el futuro”


 

El pasado 25 de septiembre, nuestro club de lectura se reunió alrededor de un libro que no es un libro cualquiera, sino un viaje a los orígenes de la palabra escrita: El infinito en un junco, de Irene Vallejo. En esta ocasión, nos centramos en la primera parte del ensayo, Grecia imagina el futuro, y abrimos las páginas no solo con los ojos, sino con la conciencia de estar asomándonos al lugar donde comenzó todo: los cimientos de la escritura, y se sentaron las bases del conocimiento a través de la cultura escrita.

Antes de adentrarnos en la obra, quisimos acercarnos a su autora Irene Vallejo (Zaragoza, 1979) es filóloga clásica y doctora en filología por la Universidad de Zaragoza y Florencia. Se ha dedicado a tender puentes entre el mundo antiguo y el presente, a rescatar lo que el ruido de la modernidad muchas veces nos hace olvidar. Escritora, divulgadora y ensayista, ha llevado la cultura grecolatina al gran público con un estilo que combina el rigor académico con una prosa cercana, cálida y luminosa.

Su amor por los libros no es un gesto abstracto, sino una experiencia vital. Irene padeció en su infancia problemas en el colegio que la llevaron a refugiarse en la lectura: los libros fueron su medicina, su compañía, su ventana al mundo. Ese vínculo íntimo atraviesa cada página de El infinito en un junco, donde no solo encontramos datos históricos, sino también una declaración de amor hacia los textos que nos precedieron, hacia esos objetos humildes y a la vez eternos que son los libros.

El infinito en un junco es, en esencia, un ensayo sobre la historia y la invención de los libros, pero contado con la delicadeza de un relato. 

En sus páginas asistimos al sueño imperial de Alejandro Magno, aquel macedonio que aspiraba a ser ciudadano global, sembrando un ideal universal entre sus vasallos. También vemos cómo los juncos del Nilo, convertidos en papiro en Egipto y Persia, se enlazaron para dar voz a la literatura, filosofía e historia. El resultado fue la creación de un artefacto nuevo y revolucionario: el libro, capaz de desafiar el olvido y viajar en el tiempo.

En nuestra reunión, empezamos por evocar la fuerza de la cultura griega. Allí, en ese pequeño territorio de mares y montañas, nacieron la filosofía, la épica, el teatro. 

Los papiros que sobrevivieron al tiempo nos hablan de vidas cotidianas y grandiosas: cartas de amor y de negocios, listas de ropa sucia, himnos a los dioses y tratados filosóficos. Pequeños fragmentos rescatados de vertederos que nos dicen más de lo que sospechamos: la humanidad entera cabe en esas fibras vegetales, en esa escritura apretada que viajó desde el siglo III a.C. hasta la conquista árabe del siglo VII.

La literatura griega no fue solo poesía: fue también un espejo moral y político. Esquilo, tras luchar contra los persas y perder a su hermano, subió al escenario la voz del enemigo vencido, no con burla, sino con compasión. Allí, entre duelo y cicatrices, nació el teatro como forma de comprender al otro. A su lado, Aristófanes abrió el camino de la comedia, con la risa que desnudaban a los poderosos. Este tipo de comedia llamada Comedia antigua, duró lo que la democracia ateniense, contra la que tanto arremetió. El humor de Aristófanes no tuvo sucesor. Su voz se apagó con la derrota de Atenas, pero dejó la huella de que la risa puede ser un poderoso instrumento de crítica social.

La conversación nos llevó después al Egipto helenístico. Tras Alejandro, sus sucesores los Ptolomeos quisieron hacer de Alejandría la capital del conocimiento universal. Así nacieron el Museo y la Gran Biblioteca de Alejandría, instituciones únicas que reunieron a poetas, científicos y filósofos con salarios, casas y privilegios.

El faraón enviaba emisarios por mares y desiertos en busca del mayor tesoro: los libros. Se copiaban tragedias, se adquirían manuscritos antiguos, se organizaban textos bajo la mano sabia de Calímaco de Cirene, el padre de los bibliotecarios. Allí comenzó el arte de clasificar: épica, lírica, filosofía, historia, derecho. Allí se gestó, sin saberlo, el mapa de nuestro mundo intelectual.

Pero como toda historia humana, también la Biblioteca conoció su ruina. Fue dañada en guerras, consumida por incendios, silenciada tras la muerte de Hipatia en el 415 d.C. y borrada casi definitivamente tras la conquista árabe del 641. Lo que no se pudo salvar fue devorado por el tiempo; lo que se perdió, se convirtió en leyenda.

Y sin embargo, la llama nunca muere del todo. En 2002, con el apoyo de la UNESCO, resurgió una nueva Biblioteca de Alejandría, capaz de albergar millones de libros y de tender un puente entre pasado y presente. Aunque incluso allí, como recordó un reportero de la BBC, quien buscó en ella los libros del escritor egipcio Naguib Mahfouz, autor prohibido por  las autoridades religiosas del país, descubrió que siguen existiendo ausencias y silencios.

No podíamos dejar de hablar del papel de la mujer en la Grecia antigua, tantas veces invisibilizada. La democracia ateniense, admirada por siglos, se sostenía sobre la exclusión de mujeres, extranjeros y esclavos. “Callar en público era el mejor adorno femenino”, decía Demócrito.

Y, sin embargo, algunas voces se alzaron. Las hetarias, prostitutas de lujo, mujeres libres que pagaban impuestos como los hombres, podían administrar sus propios bienes. Cinco siglos más tarde el historiador Plutarco transcribe una retahila de insultos contra Aspasia, una hetaria compañera de Pericles.  Aspasia lo ayudó en su carrera política hasta su muerte y tuvo una enorme influencia en los círculos de poder.

Otras como Safo rompía moldes al dirigir un círculo de jóvenes mujeres y alzar su voz lírica, íntima y revolucionaria. Cambió las rutinas de su hogar, que no conocemos bien, dirigiendo a un grupo de chicas jóvenes hijas de familias ilustres y en alguna ocasión se enamoró de algunas de ellas. Juntas componían poesías y hacían sacrificios a Afrodita

Uno de los fragmentos que más nos conmovió fue la metáfora de Vallejo sobre la piel humana como pergamino:

“Nuestra piel es una gran página en blanco; el cuerpo, un libro… Las cicatrices, las arrugas, las manchas trazan las sílabas que relatan una vida”.

Hablamos también del paso de la lectura en voz alta —la norma durante siglos— a la lectura silenciosa. San Agustín, sorprendido al ver a Ambrosio leer sin pronunciar palabra, dejó testimonio de aquella revolución íntima: la posibilidad de viajar en soledad, sin testigos, en el universo del libro.

Umberto Eco dijo que el libro pertenece a la categoría de la cuchara, la rueda o el martillo: una vez inventado, no se puede mejorar.

Los libros han sobrevivido a guerras, incendios, persecuciones y prohibiciones. Como escribió John Cheever:

“La literatura ha sido la salvación de los condenados, ha inspirado y guiado a los amantes, vencido la desesperación, y tal vez en este caso pueda salvar al mundo”.

Tras la lectura compartida, cada una de nosotras/os salió con la sensación de haber viajado en el tiempo, de haber caminado junto a Alejandro,  Safo, Esquilo, a los bibliotecarios de Alejandría y a los anónimos copistas que sostuvieron con su paciencia la memoria de la humanidad.

Nos llevamos de este encuentro no solo datos e historias, sino también la certeza de que los libros son más que objetos: son puentes entre épocas, y como dice la escritora Irene Vallejo Sin los libros, las mejores cosas de nuestro mundo se habrían esfumado en el olvido.

Quizá por eso coincidimos en que El infinito en un junco es de esos textos que merece un lugar físico en la estantería, para volver a él, subrayarlo, llenarlo de marcas personales y dejar que conviva con nosotras. Porque este libro no se lee una sola vez: se habita, se recorre, se guarda como quien guarda un tesoro.

En nuestro club, más que hablar de un ensayo, sentimos que habíamos compartido un viaje común: el viaje de la humanidad en busca de la palabra y tengo que seguir recurriendo a las múltiples frases a las que hace alusión el libro porque a mí también me fascina el proyecto de la gran biblioteca de Alejandría porque inventó una patria de papel para los apátridas de todos los tiempos . Un lugar que si Dios quiere tengo que descubrir a ser posible con este maravilloso club de lectura.


domingo, 7 de septiembre de 2025

LA MUERTE DE IVAN ILICH: LECTURA COMPARTIDA DEL MES DE AGOSTO

 

La muerte de Iván Ilich novela escrita en 1886 por León Tolstói (1828-1910) ha protagonizado el mes de agosto en nuestro club de lectura. Una obra literaria, aunque breve, nos ha hecho reflexionar sobre un tema que suscita miedos y tabúes como es la muerte. A través de la historia de un juez de la alta magistratura en la Rusia del siglo XIX, Tolstói nos invita a mirar más allá de las apariencias y reflexionar sobre lo que realmente importa.

La historia arranca con la noticia de la muerte del juez Iván Ilich. Sus colegas, más que entristecerse, piensan en cómo su ausencia abrirá nuevas oportunidades de ascenso. A partir de ahí, Tolstói nos cuenta la vida de Iván: un hombre que hizo todo “como debía hacerse”, buscando siempre el prestigio y la comodidad, pero sin detenerse a pensar si eso lo hacía feliz.

Un accidente aparentemente menor desencadena una enfermedad incurable. Frente a la cercanía de la muerte, Iván se ve solo y aterrado. Ni su familia ni sus compañeros comprenden lo que atraviesa; todos fingen normalidad. El único que le brinda cariño sincero es Gerasim, un criado que lo cuida con paciencia y ternura. Al final, tras días de sufrimiento, Iván experimenta una revelación: entiende que su vida fue una fachada y que lo único que da sentido es la compasión y el amor. Muere en paz, al descubrir que la muerte no es oscuridad, sino luz.

Hemos destacado el estilo literario de la obra pues nos ha sorprendido que Tolstói no buscara adornos innecesarios: escribe con bastante claridad. Se centra en lo esencial, en la psicología de su protagonista y en detalles cotidianos que cualquiera reconoce. Lo interesante es cómo empieza con un tono frío e irónico —los colegas indiferentes ante la muerte— y poco a poco nos sumerge en la mente y el corazón de Iván, hasta llegar a su momento de redención. Es una escritura cercana, realista y profundamente humana. 

Nuestros principales temas de debate han sido, como no podría se de otra forma, la muerte pues todos sabemos que vamos a morir, pero solemos evitar pensarlo y cuando esto se vuelve imposible de ignorar reflexionamos en como lo afronta nuestro protagonista. La novela es una crítica a la sociedad rusa del siglo XIX, una vida de apariencias donde se vive por encima de las posibilidades económicas, sin preguntarnos si eso llena nuestro vacío existencial. La soledad del que sufre, ha sido otro de los puntos claves de la obra pues nadie quiere enfrentarse al dolor de Iván Ilich, salvo Gerasim, su criado.  

Al inicio de cada una de nuestras reuniones, en el club de lectura siempre hacemos un breve recorrido por la vida del escritor protagonista de cada mes y en esta ocasión hemos podido apreciar que la historia de Iván Ilich no nació de la nada, pues encontramos muchas similitudes del protagonista con Tolstoi que era miembro de la aristocracia rusa, vivió rodeado de lujos y privilegios y ya en su madurez sintió que todo eso era vacío. Su matrimonio con Sofía Andréyevna, al inicio feliz, se volvió difícil con los años, algo que también resuena en el retrato del matrimonio de Iván. Además, Tolstói admiraba la sencillez de los campesinos, y eso se refleja en la figura noble y compasiva de Gerasim. En el fondo, Iván Ilich es un espejo de la crisis personal y espiritual del propio Tolstói.

 Para finalizar La muerte de Iván Ilich no es sólo la historia de un hombre enfermo: es una invitación a revisar nuestras prioridades. La frase final de Iván —“Todo se acaba, pero todo está bien”— condensa el mensaje más humano de Tolstói: que incluso al borde de la muerte es posible encontrar paz si nos reconciliamos con la vida tal como fue.




sábado, 2 de agosto de 2025

EN TIEMPO DE PRODIGIOS LECTURA COMPARTIDA DEL MES DE JULIO


 

Nuestra lectura del mes de julio en el club nos ha regalado una historia que trasciende generaciones, fronteras y tiempos con la novela En tiempo de prodigios, de Marta Rivera de la Cruz, donde las emociones cotidianas conviven con los grandes acontecimientos de la historia del siglo XX.

Desde sus primeras páginas, la novela se bifurca en dos historias que avanzan en paralelo: la de Cecilia, una mujer marcada por la reciente muerte de su madre, y la de un grupo de personajes cuyas vidas se entrelazan con los acontecimientos más oscuros y fascinantes de la Europa de posguerra.

El duelo de Cecilia, narrado con una sensibilidad serena, aporta un toque autobiográfico que sentimos muy presente. Su proceso de pérdida, confusión y reconstrucción personal se convierte en un espacio íntimo muy presente en gran parte de la novela. Marta Rivera de la Cruz explora ese lugar frágil donde se entrecruzan el dolor y la esperanza.

Pero lo verdaderamente interesante ocurre cuando Cecilia conoce a Silvio Rendón, un anciano culto, elegante y reservado, que va contando su historia con fotografía antiguas  en cada una de las visitas que recibe de Cecilia. Es en ese contexto donde surge la segunda historia, una que se despliega con fuerza narrativa y emocional.

Silvio le cuenta a Cecilia la historia de su amigo Zachary West, un amigo de la familia. que cada cierto tiempo visita el pueblo de Ribanova. Zachary es un hombre íntegro, comprometido, lleno de inteligencia y lucidez, que decidió implicarse en la historia de su tiempo sin renunciar a sus principios. A través de él, la novela se adentra en temas como la Operación Ratline, la red clandestina que ayudó a escapar a criminales nazis hacia América Latina tras la guerra, y el oscuro entramado político que rodeó esa operación.

Pero uno de los elementos más hermosos y conmovedores del libro es la amistad entre Silvio y Elijah, afroamericano hijo adoptivo de Zachary, que conoce en sus años de juventud. Su relación, basada en la admiración mutua, la lealtad y el descubrimiento compartido del mundo, trasciende cualquier barrera social, cultural o racial. Gracias a esta amistad, Silvio conoce, a muy temprana edad, un mundo de sofisticación y lujo: viajan juntos por las grandes ciudades europeas de entreguerras —París, Viena, Polonia— compartiendo cenas, música, conversaciones y vivencias que marcarán para siempre al joven Silvio.

Esta historia de amistad y aprendizaje es uno de los hilos más luminosos del relato, y una celebración del vínculo humano por encima de cualquier prejuicio.

Además de las vidas personales de sus personajes, En tiempo de prodigios aborda grandes temas universales: el poder de la memoria, el legado del pasado, la culpa y el perdón, el racismo, el exilio, la fragilidad de la identidad. Y lo hace sin abandonar un estilo narrativo limpio, elegante y lleno de sensibilidad.

Una vez más hemos podido vivir:  historias como puentes entre generaciones; las casas como espacios donde la memoria se conserva; el viaje como metáfora de transformación; el tiempo como custodio de los secretos.

Todos los personajes están trazados con una humanidad entrañable. Cecilia representa el presente que busca comprender; Silvio, el guardián de la memoria; Zachary transformador de vidas; Elijah, la belleza del alma libre y la riqueza de la cultura compartida. Cada uno de ellos permanece con nosotros después de cerrar el libro.

En tiempo de prodigios es una novela que nos recuerda que la historia personal y la historia colectiva están profundamente entrelazadas. Que hay heridas que solo se curan cuando se cuentan. Y que, a veces, incluso en medio del dolor o la incertidumbre, la vida todavía puede regalarnos prodigios.


Marta Rivera de la Cruz

El que no sabe prescindir de los placeres es tan imbécil como el que se muestra incapaz de valorarlos.

En tiempo de prodigios


lunes, 30 de junio de 2025

EL MONJE LECTURA COMPARTIDA DEL MES DE JUNIO


 

El mes de junio ha tenido como protagonista en nuestro club de lectura esta novela gótica ligada al género de terror que tuvo su máximo esplendor a finales del siglo XVIII y a lo largo de todo el siglo XIX. El Romanticismo se alía con este género donde hemos podido convivir con escenarios tenebrosos enmarcados en criptas, abadías o castillos con sucesos paranormales unido a escenas eróticas, amores enfermizos o personajes con grandes conflictos internos. Todo esto y mucho más es lo que hemos podido experimentar con esta lectura que ha tenido sentimientos encontrados.

Escrita en 1796 es considerada, por la crítica, la mejor novela gótica jamás escrita en tan solo diez semanas y es que Mathew G. Lewis con tan solo veinte años y sin apenas experiencia literaria se atreve a escribir una meditada crítica a la Iglesia, la Inquisición española elaborando un cuidado discurso sobre el miedo y el horror a través de los elementos de la novela gótica que he mencionado anteriormente.

Su protagonista, Ambrosio, es el monje más venerado de Madrid. Nadie duda de su santidad, su castidad, su virtud intachable. Pero su supuesta perfección es, en realidad, una cárcel. Ha sido criado en los muros del convento, aislado del mundo, del cuerpo, del amor. Su vida da un giro radical cuando cae en una espiral de deseo, herejía y violencia con otros personajes como Antonia, Matilde, Inés...

Todos los miembros del club han coincidido en que hay que tener en cuenta la época en la que está escrita y el acto de valentía del autor para hablar de sexo, brujería, corrupción y doble moral dentro de los muros de un convento. 

Se ha criticado mucho a El monje por sus excesos melodramáticos, por la violencia hacia las mujeres, por su estructura desordenada y por momentos de descomunal brutalidad . Y no sin razón. Pero también hay en ella un magnetismo innegable. El ritmo narrativo es vertiginoso, la tensión crece con cada capítulo, y la caída de Ambrosio se sigue con la intensidad de una tragedia clásica. 

La obra acusada de obscena, blasfema, peligrosa para la juventud y corruptora de la moral,  más de dos siglos después se sigue leyendo y es que Mathew G. Lewis, a pesar de su juventud, construyó una novela que no solo provocaba, sino que nos ha hecho hablar del poder y la represión, la hipocresía religiosa, las mujeres protagonistas que viven entre la virtud y la tentación o los fenómenos paranormales.


Mathew G. Lewis


“Para un corazón no familiarizado con el vicio éste es mucho más peligroso cuando se agazapa detrás de una máscara de virtud.”